(...) No puedo elegir, me quedo aquí,
entre olas verdes y montañas azules

(Kirmen Uribe)

miércoles, 18 de marzo de 2009

Alguien con suerte


El dia que se encontró aquella pulserita de plata no había empezado muy bién. La recogió del suelo y se la metió al bolsillo sin prestarle demasiada atención. En ese momento lo importante era cambiar la rueda pinchada lo antes posible. Había demasiado tráfico para estar allí parado. Era mal sitio.En pocos minutos estaba de nuevo conduciendo de vuelta a casa, pensando que cuando un día empieza mal no puede acabar bién; Primero llega tarde,luego se derrama el café sobre la americana, justo antes de entrar al despacho de su jefe para recibir la noticia de que finalmente el puestode gerencia no será para él. Por la tarde el servidor de la oficina tiene un fallo y pierde la presentación que tenía que hacer ante el consejo el día siguiente. Se queda cuando todos marchan y armado de paciencia rehace el trabajo. Cuatro horas después su estómago le avisa de que ya no son horas de estar allí y sale de la oficina deseando que acabe de una vez ese maldito día.

Lo de la rueda pinchada fué la puntilla. Cuando entró en casa vació sus bolsillos en la mesa de la cocina.La cartera, las llaves, unas monedas y la pequeña pulsera.La tomó en sus manos y se dejó caer en el sofá. Debía ser de bebé por el tamaño. En su interior un nobre y una fecha: Gabi, 24 de Mayo de 1975. Estaba demasiado cansado para pensar con claridad, para entender qué estaba pasando, para entender que más de treinta años después de aquel incendio el pasado le había venido a buscar....

Sor Teresa fué como una madre para él. Llego al horfanato siendo un bebé , con un pijamita y una pulsera de plata .El pequeño Gabriel no tenía más familia que sus padres y aquella noche el fuego lo arrasó todo. No quedó nada. Sólo él, su pijama y su pulserita. Es lo que le había dicho siempre Sor Teresa, pero él no recordaba haber visto nunca esa pulsera. Hasta esa noche. Hasta ese día en el que recordó que cada 24 de Mayo ella lo llevaba a tomar un helado después del colegio para celebrar su cumpleaños. Ella fué la única que lo llamaba Gabi, -igual que hacía tu madre, le explicaba siempre.

No quiso hacerse más preguntas, no quiso entender cómo era posible que le hubiera llegado aquel regalo de su madre, aquel querido vínculo con su pasado.

Pensó que aquel había sido el día más mágico de su vida y se durmió agotado, deseando que al despertar la pulserita siguiera allí para recordarle cada mañana que era alguien afortunado.

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